En defensa del empollón

Hay algo calado hondo en nuestra cultura. Se siente que el pícaro, el listillo, el ‘espabilao’ es un héroe, un ejemplo a seguir, un triunfador nato.

Desde que uno es chico, cuando un alumno destaca en clase por su buen hacer o por otras virtudes mucho más dignas de halago que el ser gracioso, se le tacha de empollón o pelota. El que le acosa suele ser el listillo y el resto se deja llevar pero no sólo por el listillo. El listillo sólo hace, más que nada, lo que sus padres le han aconsejado o lo que ha visto en la tele y los demás le siguen porque la sociedad lo acepta como normal y válido. Le ríe las gracias.

Cuando hay suerte el empollón se verá apoyado por algún profesor/a que intenta hacer bien su trabajo y motivar al alumno aventajado, viendo como un potencial del que tan necesitada está nuestra sociedad se puede ver truncado o perjudicado por estas ‘cosas de niños’. Es entonces cuando el empollón se convierte también en pelotero.

Y si el empollón se defiende diciendo cosas tan ‘repelentes’ como: “Pues que sepas que soy más listo que tú” Entonces el listillo lo tiene muy fácil: “Sí pero yo voy a pasar de curso tocándome las narices”. Joder con el listillo ¿No? ¡Si va a resultar que tiene razón!

En las escuelas se debe premiar el esfuerzo, señores legisladores. Pónganse de acuerdo con una Ley de Educación basada en principios de igualdad pero no se trata de ‘cortar’ a todos con el mismo rasero ni de hacer trotar a todos al mismo ritmo cuando resulta que algunos pueden correr más rápido. Así es la vida, así son las cosas y así quizás consigan que hasta el listillo diga: “¿Qué va a sacar este empollón más nota que yo? ¡Ni de coña! ¡Ya verás!” Y su padre estará orgulloso y su madre y la de las trenzas que le ‘mola’.

Con afecto a todos los que se esfuerzan por mejorar.

Con profundo respeto por los profesores que se preocupan por motivar.